sábado, 27 de febrero de 2016

TINIEBLAS

                                              
 Para estudiar “Las Pinturas Negras” de Goya viajé a Madrid. Elegí alojarme en el vetusto hotel ‘Las Artes’, a la vuelta del Museo del Prado, hacia donde salía todas las mañanas a tomar apuntes, hacer bocetos y meditar frente a la tragedia que muestra Goya en sus bloques de sombra. A la noche, apretadas en mi habitación, reían las máscaras sin dientes, funestas, sublimes, humanas. Extraña energía inundaba el ambiente. Era al mismo tiempo remota, actual y cargada de presagios hacia el futuro. La fuerza del artista develaba oscuros deseos intactos en los pueblos a través de las épocas. Tanta crueldad en el alma de los personajes me asustaba y encendía la luz para borrar sus rasgos. 
Regenteaba el hotel la familia Gonzalo. Al regresar, a través de una ventana detrás del mostrador de la recepción, solía contemplarlos cenar en su cocina. Una luz muy tenue los alumbraba. Una noche se me aparecieron tenebrosos, como en el cuadro “Dos Viejos Comiendo Sopa” que había visto en el museo; donde ella agita su cuchara y él es un cráneo de ave sobre su presa. Tuve la sensación de estar dentro de la tela. Me devolvió a la realidad Doña Rosario, había dejado de agitar su cuchara para alcanzarme la llave.
-Suba con atención que la escalera está dañada.- Me alertó.
-¡Dile que el dueño ni procura componerla! – gritaron desde la cocina.
-Pues que se lo estoy diciendo hombre.
-A la letra díselo mujer- y surgió Don José apoyado en su bastón con ganas de conversar.- Mire usted, fui sastre, ateo y anarquista. Perdí mi pierna en un atentado mientras ella se holgaba rezando en la iglesia.
-Vamos ya, deja que la señora se retire a descansar. Tú siempre de habladurías.
-Vaya si me engatusó con lo bien bonita que era de joven.
-Vamos a tu sopa, que si no te la mandas al coleto la arrojo al muladar.
En ese momento entró una joven envuelta en una pañoleta con su criatura en brazos. Sin reparar en los viejos que se adosaron, temerosos, contra la pared, gritó hacia la cocina.
- ¡Mira tu hijo Jesús! ¡Es tuyo, míralo!
Por la ventana, el torso desnudo y un cuchillo en la mano, se asomó Jesús Gonzalo.
-Ya me han puesto al tanto. Has estado en la panadería contando tus embustes a mi patrón.
- Pues que no ando guardando la cara. Mira al niño, solo míralo.
-Hazte cargo de tu liviandad, ya tengo yo familia que mantener
-¡Mientes! Lograste el divorcio y ni pensión les pasas ¡echen de ver al titulado en la escuela eclesiástica!
- ¡Vete, o con este cuchillo daré cuenta de ambos!
El dios mitológico que Goya plasmó en “Saturno Devorando a sus Hijos” se me representó joven, morocho y perverso.

                                                             ecunhi agosto 2015


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