Volví.
Entro y el viento del pasillo balancea la única
percha en el placard vacío.
A pocos pasos el baño, la mancha de óxido atrás del
inodoro sin tapa.
Lo recuerdo burlón, se reía y canturreaba:- “¿Para
qué rechina si no hay letrina con alma blanca, dígame potranca para qué?”- Al
ritmo de un aviso que sugería limpiar a fondo para mantener el amor del
marido. Se había encaramado a la tapa
floja del inodoro, intentaba cambiar la lamparita. Se cayó. Casi se mata. Me
asusté.
Al lado, la cocina, falta de aromas. Un corcho sobre
la mesa, la heladera desenchufada y la canilla gotea.
En el piso, junto al zócalo, el colchón. Contra el
empapelado que tiene la marca difusa de la foto, se apoya la silla y encima
descansa mi valija cerrada.
Por el ventanal ramas desnudas entretejen formas
geométricas hacia el cielo gris. En el
balcón plantas caídas, hojas y flores resecas. Un solo brote verde, aún
erguido, me mira sediento desde su maceta. Lo arrimo bajo la canilla que gotea,
tiembla.
- No tengas miedo – me dice el brote.
julio 2015 bn
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