En
la soledad del espejo, ante un público de cerámicas y un par de toallas,
presenta su perfil de guiños y morisquetas. -“Soy muchos y diferentes”- piensa.
Se afeita. Delicioso aroma, se mezclan la colonia, el café que llega de la
cocina, y su audición de tangos preferida puesta por manos amorosas.
Viene
del limbo de las sábanas donde una voz cantarina y vital lo despierta cada
mañana:
-
Aquí te dejo el jugo de naranja. No lo vuelques. Enseguida te preparo el
desayuno.
Bajo
la ducha se imagina que Celia, la chica que pasea perros, lo espía por el ojo
de la cerradura. -“No se atreve a encararme”- supone. La conoció cuando él
salía con el auto y ella, desesperada, preguntaba de aquí para allá, por una
cachorra que se le había perdido. Le ofreció llevarla y a las pocas cuadras
encontraron a su mascota en un mano a mano, reja por medio, con un gran danés. Ella
saltó del auto, la llamó Lulú, le susurró mimos, la acarició y se volvió caminando
abrazada al animal.
-“Me
agradeció sonriente y se acabó la fiesta”-recuerda frotándose el pelo para
secarlo. A veces la ve de lejos en alguna bocacalle cruzando sus perros. Y
siempre se la imagina espiándolo.
Camisa,
traje y corbata al tono, prolijos sobre una silla, acomodados por las mismas manos
amorosas que encendieron la radio, ponen orden a la jornada y toman la
iniciativa. Desayuna tostadas que derriten manteca, notebook y últimas
noticias. Cartón trajeado sale para la
empresa.
-
¿No te olvidás las llaves, algún papel?- Lo saluda desde la puerta hasta que se
pierde de vista. El la mira por el espejito retrovisor. Para en mientes, echa
cuentas y se aconseja en voz alta:
-Madre
hay una sola, yo que vos no me alejaría demasiado.- Pone segunda, se arrellana
en el asiento y silba un tango.
mayo 2015 bn
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