-Ché papusa, vení.
-¿Qué sapa flaco?
-Acercáte, no tengás miedo, que estoy solari.
-¿Te largó de sopetón la mina tan mentada?
-Sobame la cintura ¿querés? Haceme ese favor.
-Mirá que cobro cien mangos la franela.
-Te los garpo papusa, el ciático me mata.
-Bajáte los talompas, tiráte en la catrera, y contame si te gusta este amasijo que te doy.
-¡Ay siii...asiiii! Dale parejo, sin aflojar la rienda, hermana.
-Mirá que te viniste abajo. De canfinflero garca a matungo jovato. Si te quedaron las nalgas como dos pasitas de uva.
abril 2015 bn
jueves, 23 de julio de 2015
miércoles, 18 de marzo de 2015
TE EVOCO BUENOS AIRES
Chamuyo el nombre
de tus calles, Buenos Aires,
son recuerdos de veterana,
y la costumbre de andar mareada
por su voz nocturna, Buenos Aires.
Me quedo boquiabierta, junándote,
los brazos sauce, los ojos río,
y me trepo a las ventanas por balcones
de tu ciudad con edificios.
Eran nuestras tus noches sin luna,
Buenos Aires,
cuando nos crecían las ganas del amor empecinado
entre ladrillos y cemento
y en el remolino de las hojas secas de los parques.
Se me aprieta la piel,
y es sólo, solamente una brisa,
con la presión
exacta
de su mano
y tus sombras
las de entonces
Buenos Aires.
Marzo 2015 Bs. As.
de tus calles, Buenos Aires,
son recuerdos de veterana,
y la costumbre de andar mareada
por su voz nocturna, Buenos Aires.
Me quedo boquiabierta, junándote,
los brazos sauce, los ojos río,
y me trepo a las ventanas por balcones
de tu ciudad con edificios.
Eran nuestras tus noches sin luna,
Buenos Aires,
cuando nos crecían las ganas del amor empecinado
entre ladrillos y cemento
y en el remolino de las hojas secas de los parques.
Se me aprieta la piel,
y es sólo, solamente una brisa,
con la presión
exacta
de su mano
y tus sombras
las de entonces
Buenos Aires.
Marzo 2015 Bs. As.
SUDADERA
Hace tiempo, la musculosa blanca,
se rajó del trocen de Buenos Aires.
La musculosa aquella,
que mientras vos acamalabas bolsas en el Abasto,
te aspiraba el sudor y tu fragancia
como si fueran gotas de rocío en un jazmín...
¡Y toda blanca
se empapaba hecha un enchastre
la musculosa!
Se fue tras de las minas
a botonear tetas por la lleca,
¡linda y campante,
con el ombligo al aire,
se pasean de musculosa blanca los pimpollos!
-¡Boludo, che chabón!
No te junaste en el semáforo
ese trasero rítmico y en mini,
¡ese, el de la musculosa blanca!
Parpadeo con rimel indelebele
abaraja de volada tus fachadas,
y un disco rayado se queja en las esquinas
de tu loco despelote, Buenos Aires.
Dado vuelta, en el cordón de la vereda,
de musculosa blanca todavía,
un flaco se juega las gambas
a la rantifusa cordura de algún colectivero.
Marzo 2015 Bs. As.
se rajó del trocen de Buenos Aires.
La musculosa aquella,
que mientras vos acamalabas bolsas en el Abasto,
te aspiraba el sudor y tu fragancia
como si fueran gotas de rocío en un jazmín...
¡Y toda blanca
se empapaba hecha un enchastre
la musculosa!
Se fue tras de las minas
a botonear tetas por la lleca,
¡linda y campante,
con el ombligo al aire,
se pasean de musculosa blanca los pimpollos!
-¡Boludo, che chabón!
No te junaste en el semáforo
ese trasero rítmico y en mini,
¡ese, el de la musculosa blanca!
Parpadeo con rimel indelebele
abaraja de volada tus fachadas,
y un disco rayado se queja en las esquinas
de tu loco despelote, Buenos Aires.
Dado vuelta, en el cordón de la vereda,
de musculosa blanca todavía,
un flaco se juega las gambas
a la rantifusa cordura de algún colectivero.
Marzo 2015 Bs. As.
ME MORIRÉ DE MADRUGADA EN BUENOS AIRES
Vendrá la parca, digo, si viene,
será pura cadencia, la parca y su guadaña,
pasito, meneo, guiños y caricias,
mañera se vendrá la parca,
digo, si es que viene.
Pero de fija, me abrazará muy fuerte,
y de ecuyere sobre las ancas, al trote corto,
me llevará la parca ¡vaya a saber adónde!
Iré con el mate, ese lleno de ilusiones,
colgada de una estrella
por los mil rriobas porteños,
soñando con zaguanes como túneles
que no se acaban nunca...
Y antes que la luz de la mañana
encienda tus cornizas, Buenos Aires,
me dormiré en sus brazos,
los de la parca, digo.
Sonará mi último tango, Buenos Aires,
y me servirá de almohada
el adoquín
aquel
plateado por la luna.
Marzo 2015 Bs.As
será pura cadencia, la parca y su guadaña,
pasito, meneo, guiños y caricias,
mañera se vendrá la parca,
digo, si es que viene.
Pero de fija, me abrazará muy fuerte,
y de ecuyere sobre las ancas, al trote corto,
me llevará la parca ¡vaya a saber adónde!
Iré con el mate, ese lleno de ilusiones,
colgada de una estrella
por los mil rriobas porteños,
soñando con zaguanes como túneles
que no se acaban nunca...
Y antes que la luz de la mañana
encienda tus cornizas, Buenos Aires,
me dormiré en sus brazos,
los de la parca, digo.
Sonará mi último tango, Buenos Aires,
y me servirá de almohada
el adoquín
aquel
plateado por la luna.
Marzo 2015 Bs.As
SANATA GARUFA
Los domingos, Buenos Aires,
te parecés a una bolita de vidrio
que rueda, grogui, las veredas.
Los pibes,
desde el hueco del índice,
te sueltan
con un suave empujoncito de la uña,
y se te emparda tu carcajada ronca:
¡pelito pa'la vieja!
carcajada
resaca de un vino compartido
compartido
con aquella mascarita
que se tomó el olivo...
De carambola en carambola
divagás por los domingos, Buenos Aires,
y quien sabe
si no te levantás algún programa
en la cola de un cine por Corrientes.
Marzo 2015 Bs.As.
te parecés a una bolita de vidrio
que rueda, grogui, las veredas.
Los pibes,
desde el hueco del índice,
te sueltan
con un suave empujoncito de la uña,
y se te emparda tu carcajada ronca:
¡pelito pa'la vieja!
carcajada
resaca de un vino compartido
compartido
con aquella mascarita
que se tomó el olivo...
De carambola en carambola
divagás por los domingos, Buenos Aires,
y quien sabe
si no te levantás algún programa
en la cola de un cine por Corrientes.
Marzo 2015 Bs.As.
miércoles, 18 de febrero de 2015
HABITADA
-Será el olor de cada uno, el pigmento de la
piel, la forma del cuerpo o la fuerza del carácter. La persona se mantiene flotando
en el ambiente después de haberse retirado del lugar. Como el humo de una pipa
es aroma, como los fantasmas son sensaciones de luces y sombras, que se
escapan.-
La gitana Repetía su mantra, parada en la puerta de su casa,
mientras comía con pequeños mordiscos, un pepino agridulce envuelto en una
servilleta de papel y miraba sin ver los autos que pasaban por la calle- Olor de cada uno…humo... sensaciones…
La gitana vivía
en una esquina de un barrio tranquilo, casi céntrico, le decían Maia. Los
clientes se acercaban a consultarla, tímidos, con vergüenza de recurrir a un
servicio menospreciado por la civilización.
Pero la amabilidad de Maia, su manera de preguntar como al descuido los
motivos de la visita y las alternativas que les proponía para salir de las
situaciones problemáticas, los tranquilizaba. Algunos venían de lejos, otros
vivían por la zona, a todos les daba una primera entrevista gratis.
A un cliente, a
quien todas las novias abandonaban, la gitana le dio a cortar varias veces el
mazo de cartas, le indicó que se quedara con una y a las restantes las fue
armando en forma de rayos, mientras, comentaba las figuras que aparecían. Ante
una vaca debajo de un árbol de la vida, que miraba tiernamente desde el cartón,
el hombre reaccionó echándose hacia atrás en la silla y contó que su trabajo
consistía en controlar ratones de laboratorio. Que los amaba y no podía
desapegarse de ellos. Para colmo los animalitos sufrían, porque previamente a
ser utilizados en los ensayos científicos, se les desactivaba una célula del
cerebro, por lo tanto se transformaban en ratones adictos y demandaban cuidados
especiales. Así y todo eran atrayentes y sofisticados, aunque por momentos
esquizofrénicos. Tenían la melena suave y la mirada tierna como esa vaca. El
cliente se fue de la sala de Maia dispuesto a buscarse una novia de mirada
dulce.
De tanto en
tanto, los vecinos se quejaban, olían tufos de especias exóticas y padecían la música y el baile hasta
madrugada. Cerca vivía doña Emilce, una señora mayor que en su juventud había
sido ágil y alegre, pero en los últimos tiempos se presentaba retraída y
prefería resguardarse adentro y tejer al crochet carpetas y agarraderas. El
médico le había recomendado salir a caminar para que los músculos no se le
atrofiaran; pero en compañía, para reconocer las bajadas de las veredas, los
semáforos, las baldosas rotas y todos los peligros que acechan en la calle a
los ancianos.
Doña Emilce le
preguntó a Maia si no conocía a alguien que quisiera dar unas vueltas con ella
por las tardes. Porque mal que mal, la gitana tenía trato con todo tipo de
gente por la índole de su actividad y su carácter festivo.
-Dejálo por mi cuenta. Esperá una noche y un
día y tendrás en la puerta de tu casa a un perfecto lazarillo.
Doña Emilce,
pese a su falta de confianza en las prácticas adivinatorias de Maia, aceptó,
resuelta a que si la gitana le enviaba un jovencito alocado, ella se lo mandaba
de regreso. Las relaciones no fueron parejas entre estas dos vecinas, sucede
que se recelaban, incluso se llegó a saber que hubo un problema de pantalones
entre ellas. Como fue por un amante y
ninguno de los dos maridos debía enterarse, la verdad nunca se supo. Un acordeonista del pueblo de Maia, que casi
no hablaba castellano, se instaló en un conventillo, que en esa época abundaban
por la zona. En el patio, solían armarse veladas danzantes adónde concurrían
Maia y Emilce, por ese entonces, jóvenes amigas, que se entendían bien. De
golpe el gitano huyó dejando todas sus deudas impagas y las fiestas se fueron
espaciando hasta desaparecer junto con el conventillo.
A las dos
mujeres se las veía de vez en cuando charlando en el mercado o en la puerta de
sus casas, pero ya nunca más del brazo y riéndose. Después de todo habían
quedado algunas cosas sin aclarar entre las dos. El acordeonista del pueblo de
Maia, compañero de escuela, sabía que estaba casada, pero igual se había atrevido
a buscarla. Encontró a Maia con su amiga Emilce, quiso probar suerte con ambas
y ahí se pudrió la amistad entre las jóvenes. Desde el punto de vista de la
gitana, hubiera sido divertido aceptar la relación triangular. ¡La vida es un
juego!, solía decir. En tanto que Emilce no quiso ni oír hablar de compartir
amores. Era romántica y prefería cumplir con los mandatos sociales. Cuando se
reían, Maia, abría los brazos y abrazaba a cualquiera que estuviera a su lado,
mientras su amiga se tapaba la boca y agachaba la cabeza. Al fin y al cabo, los
maridos se enteraron y sin recriminarles nada a sus mujeres, ni siquiera
decirles que estaban enterados, esperaron al gitano acordeonista en las sombras
de una cortada y lo conminaron a que se eclipsara antes de la salida del sol.
Pasó una noche y
a la tarde del día siguiente, una joven estaba parada en la puerta de la casa
de Emilce. Miraba el césped y movía el cuello hacia abajo y hacia arriba, a un
lado y a otro, las rodillas se le articulaban al compás y los hombros seguían
el vaivén. No tenía auriculares puestos. Era el zumbar de los insectos que
habitaban el jardín lo que escuchaba Juana. Por fin estiró el brazo para
alcanzar el timbre de la verja. La madre le había dicho que si quería hacer el
curso de maquillaje, en la peluquería donde ella estaba empleada, debía
pagárselo de su bolsillo. Y a la madre, que su hija trabajara, se lo aconsejó
la gitana Maia, en una sesión a la que había llegado preocupada porque la chica
no hacía nada pero quería ropa a la moda, zapatillas nuevas y artículos de
belleza. Y Juana adelantó el dedo índice y tocó el timbre.
¡Cómo tardaba
Doña Emilce en abrir la puerta! Una vez que se había resuelto a hacerle caso a
la madre y salir a trabajar, no le abrían. ¿Cómo sería esa vieja? ¿Demasiado
exigente? El césped parecía cuidado con muchos insectos haciendo música, y ella
seguía el compás con todo el cuerpo mientras apretaba y apretaba el timbre de
la verja.
Emilce abre la puerta de la casa. Desde la entrada
del zaguán observa contra el sol, la mano en visera sobre los ojos.
-¿Doña Emilce?
-Si
-Buenas tardes,
me manda Maia
-Ah! Ya voy.
Buenas tardes. ¿Cómo te llamás?
-Juana
-Pasá
Por el sendero
de lajas entran al vestíbulo oscuro, se desdibuja al fondo una escalera de
madera. Emilce guía a Juana hacia una puerta lateral, la atraviesan y la luz
del jardín, por la ventana del living, marca los contornos.
-Ponete cómoda-
le señala un sillón
-Gracias- Juana
se sienta al borde sin apoyarse en el respaldo
-¿Querés agua?
-No gracias-
Hunde las manos en los almohadones y se inclina hacia Emilce. Cruza y descruza
las piernas.
-Vení, te
muestro la casa. Por esta ventana se ve el jardín. Por esta otra el patio. Aquí
está la cocina y este es el baño. La escalera que viste en el vestíbulo lleva a
los dormitorios.
Juana gira por
el living, se asoma varias veces por las ventanas, entra en el zaguán oscuro y
vuelve a sentarse, un poco menos movediza, aunque todavía sin apoyarse en el
respaldo. Emilce le propone salir por
las tardes a dar una vuelta y pagarle por hora el fin de semana. Quedan de
acuerdo para el día siguiente.
De regreso Juana
piensa que cualquier trabajo la arrancaría de su mundo propio, y este no pinta
peor que otros. Se pregunta qué podrá comprarse el fin de semana, cuando cobre.
Se rasca la cabeza, abre grandes los ojos, aprieta los labios y se los muerde,
¡ya está! la camisa leñador a cuadros, bien holgada para usar arriba de una remera. Aunque
también podría ser la campera de Jean ¿le alcanzaría para los pantalones? Niega
con la cabeza, seguro que no. ¡Ufa! Va a tener que bancarse semana a semana,
deslumbrada por alguna prenda, y a veces juntar la plata de varias semanas para
comprarse algo más caro.
Al día siguiente
Juana pasa a buscar a Emilce. Al principio le pesa el brazo de la anciana
apoyado en el suyo, la descoloca tener que prestar atención a los obstáculos
del camino y transmitirlos. Pero la imagen de varias perchas con ropa girando
como una calesita en su ropero y los cajones que ya no cierran de puro
repletos, la entusiasma.
Doblan en la
esquina y hacen un par de cuadras hasta la diagonal que corta las vías del
tren. La vereda de la barrera está muy despareja, Juana señala baldosas rotas y
Emilce pisa con cuidado. Desembocan en la avenida, los semáforos no funcionan,
hay embotellamiento y un vigilante trata de ordenar el tránsito.
-Antes que
pusieran los semáforos había una garita, donde está parado el vigilante.
-¿Qué es una
garita?
- Una plataforma
alta con baranda, desde ahí el vigilante guiaba el tránsito.
-¿No lo
chocaban?
- Alguna vez
habrá sucedido, pocas.
- Nos hace señas
a nosotras, crucemos.
-Así era antes.
Cruzan y después
de una curva entran al parque por un camino de asfalto y paraísos. Cada dos
pasos de Emilce, Juana hace un pequeño balanceo con la punta del pie, y la
anciana, con sus hombros, acompaña el
movimiento. Encuentran un banco desocupado y se sientan a descansar antes de
encarar la vuelta. De regreso, por la
avenida, en la puerta de un super, Emilce le cuenta a Juana que ahí funcionaba
un cine continuado y se veían hasta tres películas por sección.
El sábado Juana
entra a la boutique y señala la prenda. Pero aún antes que la vendedora la
saque del estante, Juana la vislumbra desplegada y la percibe como arropándola
demasiado. Pese a que es idéntica a la que había visto en la vidriera, algo no
funciona. La empleada insiste y la hace pasar al probador, Juana se saca el
buzo y se pone la camisa. Experimenta un abrazo de hierro, se le endurece la
espalda y mira por sobre el hombro, por si alguien desde atrás intentara ahogarla ajustándole la ropa. La mujer
cree que la etiqueta le pincha y le apoya las manos para sacársela afuera. El codazo
de Juana para desasirse casi le rompe la mandíbula. Sin desabrocharla se la
quita por la cabeza, la otra sonriente, se la arrebata y le alcanza un saco de
corderoy. Los dientes blancos de esa sonrisa perturban a Juana, pero el abrigo
la calma, se mira en el espejo, da vuelta hacia ambos lados y mete las manos en
los bolsillos. Otro clima interior la invade. Se lo abotona, retira una pelusa
de la solapa, comprueba el largo de las mangas.
Le queda bien, paga y sale con el saco puesto. Al pasar por la casa de
la gitana se detiene y la mira comer su pepino.
-¿Querés pasar? La primer sesión no la
cobro.
- Soy la hija de
la peluquera.
- Si. Trabajas en lo de Doña Emilce. Que
lindo saco. ¿Es nuevo?
-La compré
recién, pero yo no lo quería
-Algo te molesta, vení, pasá.-La hizo
entrar, sentarse y le volvió a preguntar-¿Qué
te molesta en tu saco?
-En el saco nada,
tal vez sea demasiado abrigado. Yo entré a comprarme una camisa y…
- Y saliste con el saco. ¿Qué pasó con la
camisa?
-Sentía como si
alguien me sofocara ciñéndomela al cuerpo.
-Esa camisa se la deben haber probado otras
personas antes. Vos sentís esas existencias. No le pasa a todo el mundo, porque
no todos tienen tu sensibilidad. A veces hay una quietud inquietante. ¿Acá hay
algo que te moleste?
-No me molesta,
solo que cambia la realidad de afuera.
-Eso sucede a veces al acceder a una
habitación desconocida.
-Cuando no
conozco no sé como entrar, y me parece que yo tengo ventanas y a mi me conocen.
-Y te importa mucho lo que se ve por esas
ventanas. Pero la tela no repele, absorbe, por lo tanto vos irradias y al mismo
tiempo recibís. Tus ventanas van a seguir siempre abiertas y serás como una
huella, cuando te toquen te resultará difícil deslindarte del otro, separar lo
tuyo. Te sentirás alojando seres extraños y deberás aprender a decir: “Esta luz
no es mía. Esta sí es la mía” Habrá fuerzas invisibles y ocultas de la
atmósfera, podrás recibirlas sin temor…tendrás que darte cuenta que vos manejás tu vida para que esas fuerzas
no te controlen…podrás hacerlo, si querés.-
Maia acompaña a Juana hasta la puerta y se
despiden.
Un sábado Juana
se compra un par de zapatillas. Cuando las tiene puestas, el pie derecho y el
izquierdo se empiezan a pelear, a las patadas andan las extremidades
inferiores. Y por supuesto que de tanto en tanto lanzan un golpe a la persona
que pasa cerca. Un damnificado se queja y a Juana la echan del negocio. Pero
ella tiene preparada la plata en la mano, se va con sus zapatillas nuevas
puestas y pisando fuerte, las quiere domar. Encuentra a unos chicos que patean
al arco.
-Dejáme un
tirito-pide Juana
-Uno eh!
Juana la mete
derechito en el arco.
-¿Querés la
revancha?- pregunta
- Si, claro.
Diez goles
corridos emboca Juana hasta que las zapatillas se le aplacan. Saluda a sus
contrincantes, toma un colectivo y baja en la esquina de la casa de Maia.
-Buenas. Hoy me
trajeron las zapatillas.
-¿Saben el camino?
-No. Yo se los
indiqué.
-Entonces las trajiste vos a ellas.-
Entran en la habitación en penumbra y Maia le tira las cartas mientras habla- La belleza será siempre muy importante en tu
vida. Pero vas a necesitar buscarla afuera de vos misma. Como si no te
estuvieras maquillando, sino como si estuvieras maquillando a otra persona, una
novia, un payaso, un actor. No vas a irradiar sólo con tu ropa y tu peinado
sino también a través de lo que vas a hacer…Claro, si querés que así sea, y
trabajas para lograrlo. Eso ya depende de vos. Yo solo sugiero, según dicen las
cartas.
Esa noche
rompieron los vidrios de la ventana de la casa de Maia y trataron de abrir la
puerta con una barreta. En las paredes escribieron “Fuera los gitanos”. Ella se
paró como siempre a comer su pepino en la vereda. Algunos pasaban distraídos
mirando para la calle, otros apurados como si necesitarán alcanzar vaya a saber
que maravillosa solución a sus problemas. Dos o tres se acercaron a saludarla,
le dieron la mano y le dijeron que contara con ellos para lo que necesitara.
Uno se rió y le enseñó el dedo anular levantado.
Una tarde, Juana,
llega a buscar a Emilce con un chaleco nuevo.
-Qué lindo- dice
la anciana. –Quisiera uno igual.
-La acompaño y
se lo compra, es cerca, hay de todos colores.
Del brazo se van
a la boutique. Emilce se prueba varios y elige uno negro con una flor bordada.
Lo lleva puesto. Caminan una cuadras y Emilce se da cuenta que se olvidó la
cartera en el negocio.
-Espere acá-
dice Juana. –Voy a buscársela y vuelvo.
La anciana se
mira el chaleco y lo acaricia. El color, la textura, el entalle y la rosa en
punto cruz, es igual al que usaba José, el acordeonista gitano. Camina, no
piensa ni en las veredas rotas, ni en los autos, ni por dónde va. Recuerda la simpatía de José, su voz y la
gracia con que cantaba. Camina con los brazos cruzados sobre el pecho, como
abrazándose; lo ve cuando bailaban y la risa de sus ojos se esparcía. Camina
sin temor, José la acompaña; como esa tarde que se fueron juntos a ver partir
los barcos en el puerto y silbar con sus sirenas.
Juana vuelve con
la cartera y no encuentra a Doña Emilce. Corre en sentido contrario a como
vino, ni rastros. Va al negocio, pregunta por la señora del chaleco, nadie la
vió. Se preocupa, hace otra vez el recorrido, entra en una panadería, un
almacén y pregunta al del kiosco.
Emilce cruza la
mitad de la avenida, los semáforos funcionan y se encienden verdes para los
autos que vuelan en ambas direcciones. Ella, en el medio, se aprieta a José, él
la abraza salvándola del aluvión; tocan bocina, le gritan. Ella sólo escucha la
voz de José.
Juana se asusta,
“no tendría que haberla dejado, si no había apuro”, se repite. “¿Y si alguien
la secuestró para robarle?”, se pregunta. Corre dando vueltas a la manzana,
antes de ir a la policía se va para la casa de Doña Emilce.
La sirena de un
auto policial obliga al tránsito de la avenida a detenerse, frenan junto a Doña
Emilce.
-¿Adónde va?- Le
pregunta un policía
-A mi casa
-¿Dónde?
-Del otro lado
de la avenida
- Suba que la
llevamos. No sabe que no puede estar parada en medio de la calle, no ve que no
tiene que salir sola- Prenden la radio y anuncian que están en camino hacia la
seccional.
La bajan en la
comisaría y la sientan en un banco largo de madera. No le hacen preguntas,
presuponen que
alguien llegará a buscarla. Se queda allí, como acurrucada en una punta del
banco,
contra la pared.
Después de una hora Emilce sigue cruzada de brazos hablando con José en su
imaginación, y
entra Juana.
-Qué susto me
dio. No la dejo mas sola
-El chaleco me
protege. Te voy a seguir el baile como lo seguía a él. ¿Nos vamos ya?
Al
levantarse del banco de madera queda al descubierto una pequeña mancha oscura,
Emilce, se da cuenta que se había meado.
noviembre 2014
Desconocidas
Por
fin Adriana recibe la noticia que esperaba con impaciencia y también un beso del jefe; beso de hermano, uno en cada
mejilla como él acostumbra. Mañana cambia de sección, entra dos horas mas tarde
con horario corrido. El jefe la llamó a su oficina y tomaron café. Pero a pesar
de haber mantenido una conversación fluida, sobre los arreglos en el edificio y
el problema de contar con un solo ascensor hasta que los nuevos entren en
funcionamiento, Adriana duda. “No fui rápida”, piensa, “¿se lo habré agradecido
bastante?” Decide tener un gesto de cortesía y hacerle un regalo. Escuchó
comentarios sobre Ciudad Franca, donde se consiguen todo tipo de artículos a
buen precio, y aunque no conoce el lugar considera hacer una escapada. En
realidad, necesita dos regalos, porque a Nahuel, su hijo, le había prometido
una camarita con filmadora si aprobaba todas las materias. De modo que lo más
oportuno será el tour de compras a Ciudad Franca que promocionan como tan
exótico las agencias de viaje.
Se
le va metiendo la idea y las ganas de darse el gusto y adquirir cosas. Está
como sobre ascuas Adriana, cuando larga la rienda de su deseo el miedo le pone
freno; que el viaje es largo, que si le roban, que los billetes falsos. En el
trayecto del trabajo a su casa echa cuentas y se hace justicia; al fin y al
cabo ganó méritos para que la cambiaran de sección y ahora podría permitirse el
placer de ir en un tour de compras. En busca del último empujón entra al
quiosco de su vecina, con la que suelen charlar por los codos y se cuentan de
cabo a rabo los chismes del barrio. Trata de tranquilizarla la amiga y le dice
que es lo más fácil cruzar la frontera en micro.
-
Apenas pasás el río por el puente ya estás del otro lado. Cruzaste. Esas galletitas
en
lata,
que a vos te gustan, las traigo todos los meses.
-
¡Me las voy a comprar!
-
Viajá en el directo. El directo, aunque algo mas caro, no para en ningún pueblo
y
regresa en el día.
-
¿En el día?
-
Te sobra tiempo, los negocios están uno al lado del otro.
-Me
ahorro el taxi.
-
Escuchá mi consejo: ni se te ocurra hacer paseos, el color local es ordinario,
verde, de la vegetación. La tierra colorada, polvo que te ahoga, y del
rancherío mejor no hablar.
-
No, de eso yo no consumo.
-Antes
de volver tomáte algo en el pub del Predio Comercial. Todos los mozos son
hombres y se dejan invitar con una copa.
Adriana
compra caramelos ácidos porque siente que le está por venir el hipo, y supone
que tal vez los caramelos le ayuden a zafar de la opresión en el abdomen. Se
pone uno en la boca y a su espalda, de repente, entran peleándose y gritando
tres chicos con patinetas. Se asusta tanto que se traga el caramelo y ahogada
empieza a toser agarrándose el estómago. Sale de atrás del mostrador la vecina
y la golpea entre los omoplatos hasta
que salta el caramelo de la boca de Adriana y va a dar, ni más ni menos, contra
la puerta de la heladera que uno de los chicos estaba abriendo. No rompió el
vidrio porque el pibe lo atajó a tiempo.
-
No pasó nada- dice la quiosquera – Andá a tu casa y preparáte la mochila, que
hoy es viernes y te conviene viajar mañana porque el domingo hay un gentío de
locos.
Ese
sábado bien temprano, Adriana lleva al hijo a casa de la abuela. De ahí va a la
agencia donde había reservado el pasaje por Internet. Mientras espera el bus
lee folletos, toma café, compra una botella de agua y la acomoda en la mochila.
Al fin y al cabo anuncian por micrófono: “El de las ocho directo a Ciudad
Franca”. Sin escuchar mas detalles, hacia el andén se encamina Adriana, y se
ubica en la cola para ascender. Cuando le toca el turno entrega su pasaje; dos
veces lo lee el chofer: -Este es el largo, no el directo, corra señora al
último coche de la dársena, sale antes que nosotros en dos minutos.- Vuela
Adriana y mientras vuela celebra haberse puesto zapatillas y no las botas con
taco. Llega última, atrás de ella cierran la puerta y arranca el bus. Al rato pasan por la ventanilla los últimos
edificios altos, veredas con zanjas y terraplenes, más espaciadas las casas.
De
repente a Adriana le agarra hipo, busca la botella que guardó en la mochila,
toma nueve sorbos de agua mineral medio tibia, se aprieta ambas fosas nasales
hasta que le explotan los oídos, pero el hipo sigue su ritmo. Se pregunta si no
será una señal, pero ya no puede suspender la excursión y golpea su plexo solar
con las yemas de los dedos. La última vez que se le manifestó tan fuerte el
hipo, fue para la despedida de soltera de su amiga. Le habían prometido
presentarle un candidato encantador, pero a ella le temblaba tanto el diafragma
que tuvo que consultar al médico en lugar de ir a la fiesta. Después de
revisarla, el doctor, le dijo que era nervioso y le preguntó: “¿Siente temores
nocturnos?” Adriana no le contestó, pero cayó en la cuenta que si altera su
rutina le da hipo. Y ahora Ciudad Franca
le suena como tenebrosa, con traficantes de mercadería trucha y ladronzuelos
que atracan en pleno día. Respira hondo. Ya no puede arrepentirse.
En
la entrada del Predio Comercial de Ciudad Franca, Pablo, vocea la guía:
-¡Guía
del Predio Comercial! Para no perderse señores. Por solo un pesito. Gracias
señor. Gracias señora.
Sale del puente Adriana, a su derecha arriba
en el aire, ve como si flotara, el cartel del Predio Comercial. No alcanza a
darse cuenta dónde está la entrada, y sigue caminando. Cada tanto mira para
atrás de reojo. La tranquiliza ver gente dirigirse en sentido contrario, con
paquetes, bultos y cajas, que charlan y ríen. Otro cartel a su izquierda indica el Hotel Internacional
y como desparramados al descuido, se descubren entre las copas de los árboles
del parque, las tejas rojas de los bungallows.
Ahora sí, al llegar a la curva del camino, divisa Adriana, el portón de
entrada al Predio Comercial. Sube unos pocos escalones de cemento y se le
presenta un enorme galpón con techo transparente.
Pablo
se le acerca y le ofrece la guía.
-Por
sólo un pesito…
-
Si, como no, pero decime ¿En esta guía se señalan todos los negocios?
-Todos.
A ver, veámos. ¿Vos que andás buscando?
-Esteee…-
Adriana no se esperaba el tuteo, pero no le resultó fuera de lugar. -Una
tablet, por ejemplo, ¡qué sé yo!
-
Que viene a ser, electrónica ¿no?
-Así
creo.
-Busquemos-
y da vuelta las hojas, rápido y con delicadeza, articula todos los nudillos de
sus dedos.
-
Como un pianista.
-Es
la práctica - y desliza la vista por el
cuello de Adriana - Aquí está, tercer pabellón entrando a la izquierda. ¿Qué
mas?
-
Eh, nada, por ahora, nada más.
-
Desde el galpón hasta acá son unos pasitos, así que cualquier duda vení a
consultarme.
-
Gracias.
Adriana
paga con un billete de diez, Pablo quiere darle el vuelto, pero ella no se lo
acepta.
-
Me llamo Pablo. Si no me ves por aquí preguntá en los puestos, todos me
conocen.
-Yo
Adriana- Sonríe, y se va cuidando su riñonera.
Al
pabellón de compras lo rodea un aro de baldosas relucientes. Son cuatro arcos
semicirculares donde se ofrecen, para tentar hasta a los santos, patios de
comidas, helados, bares, confiterías, un pub con poca luz, mandalas en los
vidrios y molduras de bronce. Apartados
del bullicio, toman café algunos comerciantes, y arreglan con gente del lugar
para que les crucen la mercadería por el puente. Las compradoras y compradores al menudeo
descansan los pies mientras saborean platos de suculentas calorías.
Cargada
de bolsas, empuja Adriana, la puerta giratoria del pub y la encara un tipazo
enorme.
-
¿Izquierda o derecha querida?
-
Café, cortado sin azúcar.
-
No querida. Eso se lo pedís al mozo. Yo -y flexiona ambas manos como si
sostuviera un cáliz sobre su cabeza –yo te pregunto si te gustan las chicas
izquierda, o los chicos derecha, o ambos que sería recto bien rectilíneo por el
centro del salón, subiendo la escalera. Todos son colchones de aire,
comodísimos querida.
-
No, no, yo nada.
-
Dale, con esa pinta y a puro consolador…no te la creo. Derecho y metéte en el
rincón atrás de la escalera.
No
sabe Adriana si pedir el café, tal vez no se quede, pero si no se queda ¿qué le
va a contar a su vecina? Se mete en el
rincón atrás de la escalera, pide un cortado, se lo toma quemándose la
garganta, y ¡zás! le viene el hipo, tan fuerte que le retumba en los oídos. Sin
que se lo hubiera encargado, una mesera de pollerita corta y top bien relleno,
le trae otro vaso de agua.
-¿Necesita
algo más querida?- Pregunta con una sonrisa comprensiva.
-No
nada, gracias. Cóbrese.- Abrazada a su mochila y a sus bolsas, sale.
“Que
fue una gran experiencia”, le contaría a la del quiosco. “Ah y quedamos en
mailiarnos con el mozo”, le agregaría.
Una
vez en la calle, Adriana ve acercarse a Pablo, se hace la distraída y cuando se
cruzan mira para otro lado. El joven intenta abordarla, pero para esquivarlo, Adriana
se escurre en diagonal y desaparece entre la gente.
En
el asiento del micro, con una bolsa de plástico negra sobre la falda, se
acomoda Adriana para volver. Repasa su
botín: “la tablet para el jefe, último modelo y cara”. La retira con cuidado de
la bolsa negra, envuelta en otra más pequeña. “Se la voy a empaquetar con papel
de colores y un moño”. Revisa la camarita para el hijo en un envoltorio
transparente y cerrado, “espero que funcione”. Contempla el sobre con cierre
automático, su nuevo equipo de neopreno para bajar abdominales y muslos. “Se
terminó el gimnasio y pilates”. Vuelve a leer el folleto en varios idiomas:
‘Práctico para usar mientras duerme, se despierta flaca’.
En
medio del puente frenada, sacudón y chirridos. Corren a agarrar sus
pertenencias los pasajeros, saben que si se inicia un incendio, el seguro no
los cubre hasta encontrar el fosforito causa del estrago; y si un personajón
fuera culpable de un choque, nunca serán indemnizados. Pero nada, ni a quemado
se huele; son los soldados de la Base Naval
que impiden el paso. Señalaba la hora en su muñeca el chofer. Con gestos
intenta decir que va retrazado; pero no hay tu tía, la barrera humana bien
pertrechada con escudos y armas es compacta. Golpea el volante, se agarra la
cabeza, larga rezongos y maldiciones; vencido el chofer, apaga el motor y baja.
Repuestos del susto reacomodan sus adquisiciones los pasajeros, algunos
acompañan al chofer, otros se asoman por las ventanillas. Los bomberos sacan
del río a una persona.
En
el micro suspiran aliviados, no hubo incendio ni choque y los que tienen
estómago se entretienen con los detalles del rescate. Miraba por la ventanilla
Adriana, hasta que alguien desde el lugar del hecho, le interceptó la visión. Entonces
retorna a su bolsa de plástico negra, mientras, los bomberos despliegan otra
bolsa de plástico negra, más grande que la de Adriana y meten a la mujer que
rescataron.
-Murió
ahogada- dice el médico forense.
-
Se tiró del puente- agrega el gendarme
-
Se llama Uña Fría. Sexo femenino- lee el detective que encontró el documento
junto a unas zapatillas azules.
Autorizan
los soldados a seguir viaje y el chofer y los pasajeros que habían descendido
suben al micro. Todos comentan al mismo tiempo: -Se tiró. –Parecía joven. –Dicen
suicidio. –Sin zapatillas. Las dejó en el puente. –Para tirarse con los pies
fríos. Hacia la ventanilla endereza la
vista Adriana, ve gente agachada, otros tomando nota, algunos apurados,
corriendo, controlando; como una bola de extremidades, torsos y cabezas humanas
que por momentos se agranda y por momentos se achica, pero nunca termina de
rodar. “Es un quilombo”, piensa. Arrancan y se abraza a su bolsa. Cuando salen
del puente se da vuelta con las rodillas sobre el asiento y mira a través del
vidrio de la luneta posterior. Entre los borceguíes de los soldados, a Adriana
le parece ver un par de zapatillas azules.
Noviembre 2014
Revancha
COMPETENCIA MUNDIAL DE NATACION
Suben al helicóptero los periodistas
para cubrir el encuentro deportivo.
A ver quién sale campeón
apuestan varios países.
Desde arriba la pileta
es una palangana con burbujas,
el público en las gradas
apenas puntos de colores.
En primer plano,
en el momento que va a lanzarse del trampolín,
el culo de un nadador con varios galardones.
Encienden las filmadoras,
gatillan las cámaras,
una araña se asoma entre las grietas de la madera
camina hacia el talón del deportista,
al demonio con el atleta invencible
y las velas que le prendieron.
Se concentra en un hotel de
primera categoría la estrella olímpica de natación. En la cocina de la suite trabaja largo y tendido
su ayudante. Le pesa los gramos de ensalada permitida, le hierve algas
deshidratadas ricas en fósforo y potasio para acompañar la ingesta sin
agregarle sal y de postre prepara gelatina light de sabores combinados.
Envuelto en una toalla, hace
flexiones en la sala de entrenamiento de la suite, Andrés Asdrúbal III; hijo y
nieto de nadadores premiados internacionalmente por sus notables desempeños en
los ríos más profundos y anchos del mundo. Cuando en aguas del deshielo, a
fines del siglo pasado, se había empezado a congelar el abuelo, sus rivales le
tantearon los talones, pero no pudieron bajarle las medallas; chapoteando y
pataleando, Andrés Asdrúbal I se mantuvo, y sobre el lomo de un pez gigante,
avanzó hacia aguas templadas. Quienes quedaron agarrotados en la vegetación
costera cubierta de nieve fueron sus rivales. A la postre, AAI obtuvo el
galardón a su osadía y destreza.
Invicto en piletas domesticas,
Andrés Asdrúbal II, patentó el agua tibia aclorhídrica para los recién nacidos,
cuando se casó con la que sería la madre de su hijo, Andrés Asdrúbal III; que
en este preciso momento, después de su flexión número cien, transpira y abre la
ventana de la sala de entrenamiento.
-¡Eduardo!- Llama con
desesperación.
El ayudante acude presto, sin
siquiera sacarse el delantal ni el gorro de cocina.
-¿Qué pasa?
- ¡Una araña! Sacámela ¡ay!
Sacámela, sacámela.
-
No puede ser Andy, que al conquistador del Grand Prix, lo asuste una
arañita.
- Lo sé, Edu, lo sé. Pero por
favor no lo cuentes. Son tan crueles el público y los periodistas.
- Si lo sabré yo. Voló tu
enemiga, voló por la ventana.
Vuelve a la cocina Eduardo y
recuerda a su propio abuelo. No tuvo suerte cuando compitió contra Andrés
Asdrúbal I. Atrapado entre las redes que unos pescadores borrachos tiraron
fuera del sector correspondiente a las sardinas, quedó el viejo, eliminado de
la competencia. A buen seguro que él nunca se hubiera asustado de una araña. Ya
tendría más de diez años, por esa época, Eduardo, y el abuelo lo entrenaba.
Aunque los padres querían que fuese médico, apenas a nutricionista llegó el
joven. Después de recibirse y en cuanto se enteró que AAIII necesitaba quien se
ocupara de la alimentación durante las competencias, se presentó y ganó el
cargo.
La mucama empuja el carrito para
artículos de limpieza y ropa blanca; entra a la suite, choca la mesa ratona y
vuelca el florero de cristal. Al oír el estruendo se asoma Eduardo, ve que nada
se rompió y regresa a sus quehaceres. Con la mucama, Edu, mantiene una relación
ambigua. El último fin de semana la invitó a bailar, porque Andy se había ido
con un amigo y él quedó solo en el hotel.
A la boîte más cara se le ocurrió ir a Concepta, pidió el plato más
exótico, frituras con salsas espesas; de sólo mirarlo a Eduardo le provocaba
opresión en el estómago, y cuando él marchito, le sugirió que pasaran la noche
juntos, ella se negó.
-¿Todavía no terminaste con el
pastito permitido?
-Esto es comida balanceada.
-Dale unos buenos bifes jugosos a
tu patrón y vas a ver como gana todas las competencias.
- Seguí con tu trabajo, querés.
- Estoy esperándote para empezar
por la cocina.
- Empezá por el baño, andá.
Concepta tira un balde de agua
jabonosa en el inodoro y abre el botiquín para repasar los estantes; se le cae
una caja mal cerrada sobre el lavamanos y se desparraman unos muñecos de
plástico, de los que vienen en las envolturas de los chocolatines.
-¡Oia! Tiene toda la colección.
¿La viste Eduardo? ¿Me podés dar los que le faltan a mi hijo?
- ¿Qué pasa ahora?- Pregunta Eduardo
desde la cocina.
-Mirá, estos tres ¿me los
regalás? que mi hijo no los tiene.
-¿Qué es eso?
- Los muñequitos que vienen en
los chocolatines, yo también se los compro a mi nene.
- ¿De dónde los sacaste?
- Del botiquín del baño, se
cayeron.
-¡Dámelos!
- Avinagrado, ni una criatura te
enternece.
Eduardo le arranca los
muñequitos, se mete en la cocina y da un portazo. ¡Lo está engañando! ¡Come
chocolate no permitido! Le dan ganas de metérselos entre la lechuga y la
radicheta, así se atraganta con su propia mentira. Pero oye que AAIII ya
terminó de entrenar, está hablando amigablemente con La Conce y los guarda en el
bolsillo. En una bandeja acomoda los cubiertos y el jugo, en otra la comida en
un recipiente térmico, y sobre la mesa el individual de bambú. Le avisa que el
almuerzo está listo, que pase a degustarlo cuando tenga voluntad y sale.
A pocas cuadras la ciudad anda a
sus anchas y le abre paso. En la raíz de un árbol de la plaza se sienta Eduardo.
A saltos de mata, como entre copas, se le acerca una araña. Tal vez esté buscando
a la que tiró por la ventana mas temprano, quizá eran amigas, vaya uno a saber.
Sube y baja las patas, teje una red con su baba; enlaza el hilo en el tronco
del árbol y con descaro, sin pedir permiso, la araña ata la otra punta en la
zapatilla de Eduardo. Al rato se le duerme el pie envuelto en la tela. Rompe el
cerco, se levanta y camina. Endereza hacia una pileta donde suele ir a
entrenarse cuando su ánimo muerde el polvo; siempre a la chita callando por las
habladurías. Hace unos cuantos largos, flexiones en el borde y estiramientos
sobre una barra. Con el pelo húmedo sale a la calle. En una ochava entre dos
diagonales, bajo un cartel que dice “chascos”, la ve, y sin caer en la cuenta
se queda mirándola. Hasta que desata el rollo del argumento y la memoria.
Entra, pregunta, la sopesa y manipula; la compra. Peluda y negra es su araña.
Llega al hotel y en la boutique
de moda elije el vestido de margaritas azules, el que Concepta miraba como
embobada, la otra noche cuando salieron. Lo pide envuelto en papel de seda, con
un gran moño rosado y dentro de una bolsa con el nombre de la boutique: “Pretty
Girl”. Así, como un sol con alfileres, se lo regala a La Conce , y le da, para su
hijo, los tres muñequitos de los chocolatines que le faltaban en su colección.
Por ese vestido ella perdía el sueño. Ahora si a Edu le parece, si tiene deseos
de su piel bronceada… ¡claro que sí! a la noche van a encontrase, la necesita.
Casi se diría que parecen
felices, aunque no es Eduardo hombre de corazón tierno, ni Concepta un caramelo
de dulce de leche. Parte de sus vidas se cuentan en la cena: -Probá mi
ensalada.- y se la pone en la boca. -¿Pedimos otra botella?- y el vino los
mueve a ser compinches.
Como al pasar, menciona Edu, el
frasco de cápsulas en el botiquín; para la depresión, se las había recetado a
Andy, el deportólogo y el comité las permite.
Si quiere ganarse unos garbanzos más, sabe Concepta, que en soledad se
va a trasmano.
-¡Por aunar esfuerzos!- Brinda Eduardo
y levanta su copa La Conce.
-¡Qué sea pronto!
De todos modos puede suponerse, sin sobra ni
falta, que si pasaron una buena noche arrimarán el hombro.
Al otro día en la pileta olímpica
del hotel, Andrés Asdrúbal III, frente al Comité de Evaluación Acuático,
presenta su show, con invitados especiales y público diletante. Tendrá que
mantener o superar su propia marca del Grand Prix, para quedarse con el título
de campeón.
Sobre la pileta se encienden las
luces. Parsimonioso, saluda en salida de baño AAIII, sube las escaleras del
trampolín. Atento Eduardo, bajo el tablón, mira por las rendijas los pies de Andy.
Concepta aguarda, en su vestido de margaritas azules, por fuera del haz de luz,
donde Edu le dijo que se ubicara. Tiene instrucciones precisas: asistir a
AAIII. Filman los periodistas desde un helicóptero que atruena. Los fanáticos
de la natación de todo el mundo se excitan frente a la pantalla. En el momento
fatal, en medio de la escalera, AAIII deja deslizarse su salida de baño como lo
hacían las soberbias actrices de los años veinte; enlaza Eduardo un hilo, lo
estira, y se asoma entre las grietas de la tabla, una araña. Es la negra y
peluda de la casa de los chascos. No grita AAIII. Aterrado se arroja por las
escaleras y Eduardo las trepa. Concepta ataja a Asdrúbal, lo sostiene. Él se
ahoga, sufre taquicardia, ella lo abriga y por la zona oscura del parque se lo
lleva a la suite. Nadie presta atención a las figuras que se alejan en las
sombras. Sobre el trampolín, bajo los focos directos, Eduardo corona el saludo.
En la punta de la tabla salta hacia el cielo, se abraza las rodillas contra el
pecho y en una vuelta carnero doble se zambulle. Cuando llega a la meta, el
Comité de Evaluación, verifica que Eduardo Edratis superó en nueve segundos a
Andrés Asdrúbal III. Así, el show continúa.
noviembre 2014
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