martes, 12 de junio de 2012

CONVERSACIONES DE DON TOTO

Después del accidente, la bicicleta, quedó tirada al costado de la ruta. El policía se cansó de custodiar un montón de hierros retorcidos y Don Toto los guardó en el galpón. Como de costumbre, desenrolló la manguera y regó el limonero junto al roble, sombra para la hora del mate, disturbio de gorriones. Alrededor levantó un cantero de piedras con crisantemos y nomeolvides, enterraron las cenizas y una placa de bronce decía: ‘A Juana, mi querida esposa’. En otoño anidó un pájaro amarillo y durante las cuatro estaciones se llenó el árbol de limones. “Será el ánima”, dicen algunos. Otros se persignan y disparan espantados por lo que vislumbran.
Él la echa de menos. Acaricia el lomo del Mocho, el perro que la seguía a todas partes y que ahora gruñe y busca. La Juana lo recogió guacho, lo alimentó a mamadera, fuerte y guardián. Lo acaricia. El animal no mueve la cola. Lloran juntos.
-Viste como son las hembras, vos no te dejés, Mocho.
Malician hasta de la vecina que les limpia los cacharros y acomoda la ropa. El Mocho, haciéndose el que olfatea por los rincones, le da un tarascón en la pantorrilla. Los dos la ligan a escobazos limpios y van a sentarse en la raíz saliente de un árbol.
-¿Para que salís de abajo de la tierra?- murmura el anciano.
-Quiero ver.
-No hay nada que valga la pena.
-Quiero ver lo que no vale la pena.
-¡Vaya diversión la tuya!
-Llora el cielo y ríen las plantas, bien lo sabés.  
-Eso dicen y está por verse. Lo que es, mi esperanza de joven, engordó con el rocío del amanecer.
-Ahora te aconsejo un vino entre compinches. Corréte que quiero asomarme.
Se levanta Don Toto y anda lento. De un tiempo a esta parte le resbalan las alpargatas, es que hasta los pies se le enflaquecieron. Mocho lo sigue alerta, no vaya a tropezarse el hombre.
Durante ese mes corto que existe entre diciembre y enero, de festicholas para encurdelarse, no se saca la ropa desteñida. Odia reunirse con las máscaras familiares de la bondad. De chico no pudieron domarlo, quedó arisco nomás. La mujer, a veces, lo amansaba. Mocho levanta las orejas, paraditas las tensa. ¡Cohetes! Desaparece ¡vaya a saber donde!
Con una de esas botellas que hacen reír llorando, va Toto al galpón y hasta los hierros retorcidos de la bicicleta de la Juana se le animan.
-Peor que estar sólo o muerto es dejar que te mandoneén. -chirrían oxidados.
-¡Aja! Se le quedó enterito el celular. ¿De qué le sirvió tanto modernismo?
-No lo necesita ni para saber la hora.
-¿A qué seguir?
-Contame lo que pasa afuera. ¿No ves que no ruedo? Quedé cuadrada.
-A vos te andan faltando los chimentos, ya lo veo. Ella te acostumbró. Le gustaba el comadreo. ¡Salud!
- Dale, traeme algunos rumores, siquiera. Los que pesqués por ahí. ¡Salud!
-Casi no salgo.
-Dormís demasiado.
-Ya no toca a horario fijo la campana.
-Si vivís en los sueños, morís al despertar.
-Bien que lo sé.
-Pero si vivís de sueños no te despertás nunca ¡Salud!
-¡Salud! ¿Eso lo aprendiste rodando?
-Rodando, soñando, se va el camino, lejos, a entrelazar otras tierras. Como antes entrelazaba las mías. ¡Salud!
- Y sin meter bulla se va aquerenciando. ¡Salud!
A través de la ventana por la que ella miraba, mira el viejo. Piensa que la flor y el fruto viven para morir. Se apoya en el marco, falta barniz, cruje la madera. Oscurece afuera. Mocho cruza el patio, receloso, olisqueando.
-¡Mocho entrá a cobijarte! ¡Mooocho! También las uvas se arraciman para hacerse fuertes.
-Y defenderse…¡Mochooo!
Mocho corre, agita la cola, entra, se arrima y se frota contra las piernas del Toto.
-¡Cuánta alegría traés! Seguro que oíste la voz de la Juana. Yo hace tiempo que la vengo escuchando.


                                           San Marcos Sierras. Enero 2012

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